En el verano de 1972, Javier Martinez de la Hidalga comenzaba a trabajar en los negocios inmobiliarios del Banco de Santander, este convocó a Ramón Bescós y a Rafael Moneo y les solicitó la redacción conjunta de un proyecto para la que había de ser la nueva sede social del Banco Intercontinental Español, Bankinter, en el solar en que se alzaba el palacete del Marqués de Santa Cruz de Mudela, situado en la esquina que definen en su encuentro el paseo de la Castellana y la calle Marqués de Riscal.
Desde el primer momento advirtieron los arquitectos las dificultades que encerraba el construir en aquel solar, siendo la primera incógnita a despejar cuál iba a ser el futuro del palacete. Pues, en efecto, la mayor parte de las villas y palacetes que se levantaban en el paseo de la Castellana fueron, en aquellos años, transformados en solares que pronto pasaban a manos de las empresas y sociedades que habían hecho posible el desarrollo económico de los años 60 y querían dejar testimonio de su recién conquistado poder con nuevas construcciones en las que prevalecía la imagen de las nuevas tecnologías. Pero Ramón Bescós y Rafael Moneo, pensaban que había llegado la hora de ofrecer alternativas y no titubearon al solicitar de la propiedad la conservación del palacete. La propuesta fue recibida con cierto recelo puesto que suponía reducir el nuevo volumen a construir y aceptar las limitaciones que imponía la conservación. Pero el hecho de que el palacete fuese la sede provisional de la Dirección del Banco de Santander ayudó a que se entendiese el valor intrínseco que tenía la construcción existente.
Tras aceptar la conservación del palacete, los arquitectos pensaron que el nuevo edificio debía adosarse a la medianería, contribuyendo así a consolidar lo construido y a dotar de “fondo” al palacete. Un plano vertical neto: una fachada. Pero, por otra parte, debía construirse de manera que los usuarios del edificio medianero no se viesen perjudicados con la aparición de la masa del nuevo volumen.
Una línea oblicua hacía posible que las ventanas de la casa medianera mantuviesen las vistas despejadas. La directriz oblicua en Marqués de Riscal iba a convertirse en elemento clave para el proyecto. La “proa”, rasgo formal característico de aquella arquitectura, es el natural resultado de la intersección de la fachada con la directriz oblicua. Al diseño de la proa iban a prestar los arquitectos el mayor interés ya que, al haber prescindido del acceso al recinto desde la Castellana, se producía desde la única vía de ingreso al recinto una visión tangente del palacete y del nuevo edificio que iba a convertirse en imagen primera y cuasi-definitiva del conjunto. Se acentuaba pues un decidido contraste entre el plano vertical del edificio Bankinter y el modesto volumen del palacete: el plano horizontal del pavimento de losas de granito, presente desde estas primeras etapas del proyecto, subraya la distancia que media entre ambas construcciones, adquiriendo sobre la retícula, tanto el palacete como Bankinter, la condición de objetos autónomos que mantienen incólume su identidad.
Definidos estos dos planos cruciales, venía luego, como cuestión a dirimir, la forma de un cuerpo bajo cuya construcción era necesaria para consumir los metros cúbicos a que daba derecho la aplicación de la ordenanza. , El cuerpo bajo debería, por un lado, extender la superficie útil en planta baja y primera; por otro, facilitar el paso al primer sótano y al aparcamiento. La forma semicircular facilitaba el diseño de las rampas de acceso al sótano y permitía resolver can naturalidad el encuentro con la parcela colindante. , Desde los primeros dibujos el cuerpo bajo se aproximará también a lo que fue su forma definitiva, como se ve en el Plan presentado para cumplir con la normativa establecida en la llamada “Ley Castellana”.
Pero tal plan no hubiera sido posible sin la existencia de unos «Estudios Previos» (dos planos y un modelo a escala 1/500) donde se establecen las directrices, en lo que a diseño se refiere, de cómo será el Bankinter. El plano vertical, el plano establecido por la directriz oblicua, la rampa de bajada a los sótanos, el acceso común y único desde Marqués de Riscal, la localización del núcleo próximo a la medianería, la importancia dada a las dos primeras plantas, etc., ya están claramente descritos en estos dibujos. Hay también elementos que desaparecerán, conviniendo destacar la importancia que se daba al pasaje elevado que comunicaba el palacete con el edificio proyectado.
La maqueta, por otro lado, que se construyó a la misma escala que los dibujos, nos permite estudiar con precisión el volumen, en el que cabe advertir la importancia que se dio, desde el primer momento, al pórtico de entrada bajo la “proa”. La geometría del encuentro entre el prisma trapezoidal y el núcleo es, sin embargo, diversa, así como también lo es la altura dada al mismo. , Si bien es cierto que los dibujos y la maqueta adelantan lo que será el trazado y el volumen del edificio proyectado, poco dicen acerca de lo que será su aspecto definitivo. Sin embargo, el fotomontaje con el que se completan estos «Estudios Previos» es ya explícito acerca de lo que será carácter del edificio, avanzándose la idea de que se trata de un edificio de ladrillo, de escueta fábrica en la que se adivina que los huecos van a ser cruciales a pesar de no haber adquirido todavía la precisión deseada. Estos estudios procuraban, sobretodo, ajustar el programa.
Aceptada la propuesta se abordó la redacción del proyecto, presentándose este en el Colegio de Arquitectos en julio de 1973. Las plantas apenas si sufrieron modificaciones. Hay en estos dibujos una mayor precisión en la definición, pero no cabe advertir cambios sustanciales. La planta baja se limpia y depura.
Donde el proyecto realmente adquiere un grado de madurez no alcanzado en los “estudios previos” es en su definición constructiva. La decisión de que la nueva construcción fuese una densa masa de ladrillo estaba tomada, pero es al presentar el proyecto cuando los arquitectos fueron capaces de explicar con claridad cuáles eran sus intenciones.
Indudablemente, la propuesta requería que entre el palacete y el nuevo edificio se estableciese un fluido diálogo, pero se descartó, desde el principio, cualquier aproximación basada en la estricta réplica, buscándose, por el contrario, establecer una cierta distancia entre uno y otro. El ladrillo iba a ser el único nexo de unión entre ambos.
Se trataba, por tanto, de construir con estructura de hormigón y muros de ladrillo prensado, advirtiendo que tal circunstancia requería un exquisito control de las fábricas, para subrayar el valor que tenía el volumen en una arquitectura como ésta, así como una extrema precisión en la definición de los huecos.
Así, cobran mucha importancia en el proyecto final: el pórtico de entrada con el monumental prisma de ladrillo que lo domina, el patio inglés que da acceso al primer sótano, la escalera que lleva a las terrazas y la potencia del muro curvo al que acompaña la rampa que nos conduce al sótano.
Pero no podemos olvidar, la crucial importancia que adquiere el hueco. El hueco se entendió como algo íntimamente ligado a la fábrica de ladrillo del muro. Se convierte así en una deliberada frontera entre interior y exterior.
Cabe destacar que la regularidad de la fachada es tan sólo aparente, demostrando poseer el hueco notable maleabilidad al permitir a los arquitectos tanto el adaptar su diseño a tamaños diversos como el disponerlo atendiendo a las singularidades.
El proyecto final permite comprobar la relación entre los dos edificios, el modelo muestra que el nuevo edificio podía convivir con el palacete, contribuyendo a realzar su presencia y que cumplía con el propósito de consolidar las medianerías, orientando definitivamente el recinto hacia La Castellana, aún cuando el acceso se produjese tan sólo desde la calle Marqués de Riscal.
Aunque este último fue realmente el proyecto final de ejecución, convendría precisar algunas de las modificaciones introducidas durante la obra. Por una parte, se modificó por completo la estructura, en un primer estudio se propuso una fachada articulada para que no se produjeran momentos en los pilares y reducir así la dimensión de los mismos. Al estudiar, tanto en términos económicos como constructivos, se decidió abandonar esta propuesta y se optó por una estructura empotrada y rígida convencional.
Además, se eliminó el hueco perimetral con el que se daba remate al volumen cilíndrico del cuerpo bajo y se prescindió del paso que pretendía conectar los edificios, favoreciendo así la autonomía del palacete y del nuevo edificio que, de haberse construido, sin duda, se hubiese visto mermada.
BIBLIOGRAFIA:
• Bankinter, 1972-1977: Ramón Bescós, Rafael Moneo
• Rafael Moneo: 1967-2004 : Antología de urgencia
• El Croquis, 2004: Moneo, Rafael (1937-) | Madrid
• Rafael Moneo: apuntes sobre 21 obras